martes, 28 de octubre de 2008

¿QUIÉN SOY CUANDO SUEÑO?


La respuesta es obvia: yo. Pero de esta obviedad surge la gran dificultad de decidir entre identificar o diferenciar el yo que sueña y el que es soñado. Nos anclaremos en la evidencia de que el que duerme es el mismo que el que está despierto, aunque ¿éste es el mismo que el que se activa en las narraciones que componen mis sueños? La extrañeza de la pregunta reside en la presentación dicotómica del individuo que se da cuando es a la vez soñador y soñado: pasivo y activo, temporal y atemporal, sujeto y objeto. Además ambos extremos se confunden o se mezclan en el instante mareante de despertarse.
Cuando mis ojos comienzan a moverse dentro de mis párpados se inicia una conexión entre un yo en espera, que disminuye sus acciones y posibilidades, y el yo de todo lo posible, fenómeno de los sueños. Es necesario que mi cuerpo encuentre la horizontalidad y corte los hilos que lo unen a la realidad circundante, dejando sólo los imprescindibles para sostenerse (puedo levantarme a la hora fijada, me identifico con el susurro de mi nombre que me despierta), para que surja un espectro vertical que parece ajeno pero que reclama mi propia identidad, aún con un rostro distinto. Me encuentro pasivamente ante un yo activo, en tanto que se escapa a mi control el personaje del sueño que siento representándome y que, incluso, parece contradecirme. Soy protagonista y asistente, a la vez, de un espectáculo realizado con fragmentos de mi vida, montado en un aparente caos. No existe un orden. El mundo se escapa de la seguridad del cosmos, se deslizan sus figuras en una multiplicidad de espacios, aparecen a través de momentos no enlazados. El yo se despoja de la carga de la voluntad (nadie puede decidir su sueño) y se deja llevar en un viaje sin trayecto, sin salida, sin meta. Una discontinuidad de escenas. Si no hay origen ni fin no hay tiempo, no hay línea.
Estos acontecimientos me muestran como objeto en no-lugares y no-tiempos, y, a la vez, me afectan como sujeto. Son la pura intimidad que se rebela y revela. Al conectarse, por medio de su recuerdo, con la vigilia encuentran un lugar en mi cuerpo y un tiempo en mi conciencia. Atraviesan como un clavo los sentimientos. Se agrupan en una unidad de sentido cuando todos los ecos del sueño son recogidos y hechos voz única. Despierto, recuerdo el espectáculo como un juego de espejos y caigo en la cuenta de que soy una suma de reflejos y posibilidades, una amplificación del ser que me conforma. En el yo que duerme, que espera, se opera el producto de mis potencialidades, del deseado, rememorado, esperanzado, furtivo, irresponsable, oculto, desnudo...u otros tantos factores multiplicadores. Soy un yo multiplicado y , a la vez, sólo un yo.

martes, 21 de octubre de 2008

Retrato de una torpeza.


Me seduce la idea de perder el tiempo. Quiero dejarme olvidadado y establecerme en la pausa. Busco comprender este blog como un instante de deleite a través de algo que sólo se puede hacer quieto: la reflexión. Espero acercarme a eso que se llama filosofía sin más pretensión que paralizar momentos que pasan veloces a nuestro lado y tomar nota de ellos, perder el paso del tiempo embelesado en la presencia constante de cada suceso.

Parece que un día la filosofía nació gracias al ocio. Por lo menos sabemos que en él se desarrolla. Intentamos defenderla y le atribuimos utilidades. Cometemos, así, el grave error de perder la memoria. En un mundo devorado por el reloj del negocio sólo hay una manera de dotar de dignidad a la filosofía, declararla inútil. Si no sirve para nada nunca será manejable. Por eso filosofía es sinónimo de torpeza, de una lúcida torpeza en ocasiones, me temo.

Con esta idea comienzo una tarea que resulta contradictoria, la de hacer un diario que escape del tiempo y seguir confiar en el fruto de una torpeza.